Los poemas de los cerros
por Patricia Bottero
"Yacía. Su rostro erguido estaba....
Los que le vieron vivir así no sabían
hasta qué punto él era uno con todo esto..."
La muerte del poeta-Rilke
Placa en la 1ª escuela fundada por Sarmiento San Francisco del Monte de Oro- San Luis |
Partiendo de la pequeña ciudad de San Francisco del Monte de Oro, lugar donde Domingo Faustino Sarmiento fundara la primera escuela con 7 alumnos y tan sólo 15 años de edad; nos separan 33 kilómetros por la ruta provincial Nº 9, atravesando la Pampa de la Invernada, del valle de La Carolina.
El camino gana altura en incontables zig zag y el lento ascenso a la montaña se produce, la meta es el cerro volcánico Tomolasta, para descender luego hasta los 2000 metros y encontrarnos con el imponente marco, que refugia lo que fuera la casa del poeta Juan Crisóstomo Lafinur.
El camino gana altura en incontables zig zag y el lento ascenso a la montaña se produce, la meta es el cerro volcánico Tomolasta, para descender luego hasta los 2000 metros y encontrarnos con el imponente marco, que refugia lo que fuera la casa del poeta Juan Crisóstomo Lafinur.
Atrás, quedaron los bellos arroyos, las montañas con sus curvas caprichosas.
Lejos, la ruta totalmente solitaria.
Borrosos en la memoria,los ruidos citadinos.
El cielo límpido y el aire fresco de un día radiante del mes de marzo, nos invitan al recorrido apaciguado por el lugar habitado únicamente por versos. Poemas sellados en papeles adormecidos y melancólicos a la espera de pupilas encendidas que se enamoren de ellos, y los salven.
Nos escolta un camino de esculturas en bronce de cabezas de hombre y mujer extendidos en fila sobre una rampa. El silencio del salón del museo, de moderno diseño, nos invita a la lectura.
Aquí, se albergan manuscritos originales exhibidos en vitrinas, de variados escritores regionales, nacionales y extranjeros. Algunas de los textos de artistas regionales los encontramos también, en otras partes de las provincia.
Entre ellos podemos leer el poema Digo la Mazamorra del poeta merlino, Antonio Esteban Agüero, nacido en Piedras Blancas que está colocado en su morada, próximo al algarrobo “Abuelo” en la Villa de Merlo. Allí son los brazos cansados del “Abuelo” los que lo protegen, aquí es la mirada totémica del cerro Tomolasta la que no lo descuida ni un segundo. En todas partes, es la inefable, Mercedes Sosa, quien le puso la voz y el alma, como sólo ella sabía hacerlo a este poema:
Digo la mazamorra
La Mazamorra, ¿sabes?, es el pan de los pobres,
la leche de las madres con los senos vacíos,
- yo le beso las manos al Inca Viracocha
porque inventó el Maíz y enseñó su cultivo -.
Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejada por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio
y el hambre es una nube con las alas de trigo.
Todo es hermoso en ella: la mazorca madura,
que desgranan en noches de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.
Si la prefieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera
que en el patio da sombra, benteveos, e higos.
Y agrégale una pizca de Ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le transmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.
Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estío.
El Pueblo te acompaña cada vez que la comes,
llega a tu lado, ¿sabes?, se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.
Porque eres uno y todos, comiendo el alimento
de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo;
la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres,
y leche de las madres con los senos vacíos.
Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
más que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
- su cara es una piedra trabajada por siglos -.
Las ciudades ignoran su gusto americano,
y muchos ya no saben su sabor argentino,
pero ella será siempre lo que fue por el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.
La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizás a mi me salven estos versos que digo ...
la leche de las madres con los senos vacíos,
- yo le beso las manos al Inca Viracocha
porque inventó el Maíz y enseñó su cultivo -.
Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejada por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio
y el hambre es una nube con las alas de trigo.
Todo es hermoso en ella: la mazorca madura,
que desgranan en noches de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.
Si la prefieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera
que en el patio da sombra, benteveos, e higos.
Y agrégale una pizca de Ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le transmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.
Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estío.
El Pueblo te acompaña cada vez que la comes,
llega a tu lado, ¿sabes?, se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.
Porque eres uno y todos, comiendo el alimento
de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo;
la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres,
y leche de las madres con los senos vacíos.
Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
más que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
- su cara es una piedra trabajada por siglos -.
Las ciudades ignoran su gusto americano,
y muchos ya no saben su sabor argentino,
pero ella será siempre lo que fue por el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.
La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizás a mi me salven estos versos que digo ...
Antonio Esteban Agüero en
"Un hombre dice su pequeño país"
Museo de la Poesía Manuscrita |
Algunos manuscritos requieren del esfuerzo visual por desentrañar lo que la letra borroneada acoge. Otras veces, los mismos están expuestos en gigantografías que aunque más legibles y vistosas, carecen del valor del puño y letra, del papel amarillento, compañero y cómplice de largas horas de ahínco por hallar la palabra precisa para después, victoriosos disfrutar la saciedad que eso provoca.
Polifacético, Lafinur fue filósofo, docente reformista, maestro en artes, teniente en el ejército de Manuel Belgrano, dramaturgo, músico, periodista, abogado y poeta. Su nombre alude a Crisóstomo, uno de los padres de la iglesia griega, mencionado por el Dante en el Canto XII, de los espíritus sabios, del Paraíso de la Divina Comedia.
Entre sus poemas patrios expuestos encontramos:
Canto elegíaco a la muerte del General Manuel Belgrano
¿Por qué tiembla el sepulcro, y desquiciadas
sus sempiternas losa de repente,
al pálido brillar de las antorchas
los justos y la tierra se conmueven?
El luto se derrama por el suelo
al ángel entregado de la muerte,
que a la virtud persigue: ella medrosa
al túmulo volóse para siempre.
Que el campeón ya no muestra el rostro altivo
Fatal a los tiranos; ni la hueste
Repite de la Patria el sacro nombre,
Decreto de victoria tantas veces.
Hoy enlutando su pendón, y al eco
del clarín angustiado, el paso tiende,
y lo embarga el dolor; ¡dolor terrible
que el llanto asoma so la faz del héroe!...
Y el lamento responde pavoroso:
Murió Belgrano, ¡oh, Dios! ¡así sucede
la tumba al carro, el ¡ay! Doliente al ¡viva!,
la pálida azucena a los laureles!
¡Hoja efímera cae!, ¡tal resististe
al Noto embravecido y sus vaivenes!
¡La tierra fría cobra tus despojos,
que abarcará por siempre!; mas no puede,
¡campeón ilustre! ¡atleta esclarecido!,
la mano que te roba hollar las leyes
que el corazón conoce; envanecido
el jaspe os mostrará a los descendientes
de la generación que te lamenta.
La patria desolada el cuello tiende
al puñal parricida que le amaga,
en anárquico horror: la ambición prende
en los ánimos grandes, y la copa
da la venganza al miedo diligente.
Aún de Temis el ínclito santuario
profanado y sin brillo; el inocente,
el inocente pueblo, ilustre un día,
a la angustia entregado; el combatiente
sus heridas inútiles llorando
escapa al atambor; el país se enciende
en guerra asoladora que lo ayerma,
asoma la miseria, pues que cede
la espiga al pie feroz que la quebranta,
y ¿ora faltas Belgrano?...¡Así la muerte
y el crimen, y el destino de consumo,
deshacen la obra santa, que torrentes
vale de sangre y siglos mil de gloria,
y diez años de afán!...¡Todo se pierde!
Tu celo, tu virtud, tu arte, tu genio,
tu nombre en fin, que todo lo comprende,
flores fueron un día; marchitólas
la nieve del sepulcro. Así os lamente
la legión que a la gloria condujiste:
con tu ejemplo inmortal probó el deleite,
la magia del honor, y con destreza
amar le hicisteis el tesón perenne,
el hambre angustiadora, el frío agudo...
Suspende ¡oh, musa! Y al dolor concede
una mísera tregua. Yo lo he visto
al soldado acorrer que desfallece,
y abrazarlo, cubrirlo y consolarlo.
Ora rayo de Marte se desprende,
y al combate amenaza y triunfa y luego
¿qué más hacer?...El desairar la suerte,
y ser grande por sí, ésta no es gloria
del común de los héroes; él la ofrece
en pro de los rendidos que perdona.
Ora el genio se presta y lo engrandece:
corre la juventud, y a la natura
la espía en sus arcanos, la sorprende,
y en sus almas revienta de antemano
describir su piedad inmaculada,
su corazón de fuego, su ferviente
anhelo por el bien! Solo a ti es dado,
historia de los hombres: a ti que eres
la maestra de los tiempos. El arca de oro
de los hechos ilustres de mi héroe,
en ti se deposita; recogedla,
y al mundo dadla en signos indelebles.
Y vos, ¡sombras preciosas de Balcarce,
de Oliver, de Colet, Martínez, Vélez!,
ved vuestro general; ya con vosotros;
abridle el templo que os mostró valiente.
¡Tucumán! ¡Salta! ¡Pueblos generosos!
Al héroe del febrero, y del septiembre
Alzad el postrer himno, mas vosotras,
Vírgenes tiernas, que otra vez sus sienes
Coronasteis de flores, id a la urna,
y deponed con ansia reverente
el apenado lirio; émulo hacedlo
de los mármoles, bronces y cipreses.
Juan Crisóstomo Lafinur
Los retratos de los toilletes están señalizados con los nombres de quienes fueran los habitantes del lugar: Carmen y Juan. ¿Quién no soñó alguna vez con un refugio en la montaña? ¿Quién no soñó con inviernos de cerros nevados y veranos de cielos tan puros como el que hoy nos ofrece majestuoso el valle de La Carolina?
Algo potente, hermoso y a la vez triste y mudo hay en el aire de las afueras del museo; cuando de pronto leemos que Juan Crisóstomo Lafinur murió con tan sólo 27 años de edad, algunas sensaciones parecen descifrarse. Cruzando un puente yace su tumba, volvemos a mirarla, ya no es la misma tumba de hace unos minutos, ya no somos los mismos visitantes…
A través de un panel que figura cerca del monumento en granito, donde el dueño descansa, podemos leer un poema que le dedicara, Jorge Luis Borges. Una investigación posterior nos develará que Lafinur fue su tío abuelo paterno.
Juan Crisóstomo Lafinur (1797-1824)
“El volumen de Locke, los anaqueles,
la luz del patio ajedrezado y terso,
y la mano trazando, lenta, el verso:
La pálida azucena a los laureles.
Cuando en la tarde evoco la azarosa
procesión de mis sombras, veo espadas
públicas y batallas desgarradas;
con Usted, Lafinur, es otra cosa.
Lo veo discutiendo largamente
con mi padre sobre filosofía
y conjurando esa falaz teoría
de unas eternas formas en la mente.
Lo veo corrigiendo este bosquejo,
del otro lado del incierto espejo”.
la luz del patio ajedrezado y terso,
y la mano trazando, lenta, el verso:
La pálida azucena a los laureles.
Cuando en la tarde evoco la azarosa
procesión de mis sombras, veo espadas
públicas y batallas desgarradas;
con Usted, Lafinur, es otra cosa.
Lo veo discutiendo largamente
con mi padre sobre filosofía
y conjurando esa falaz teoría
de unas eternas formas en la mente.
Lo veo corrigiendo este bosquejo,
del otro lado del incierto espejo”.
“La Moneda de Hierro” de Jorge Luis Borges
Más atrás, vemos un laberinto borgiano donde juegan algunos niños. Sus risas nos hacen imaginar al niño que alguna vez fue feliz allí.
Nuestro camino continúa. La visita nos ofreció impresiones distintas a las imaginadas. Los manuscritos fueron una parte del recorrido, las poesías no estaban sólo en los sitios esperados, quedaron en la impronta que nos llevamos dentro, basta entender el idioma secreto de los cerros.